Se me ocurre que la distancia no sea física, más bien sea un lugar atemporal. Eso. Un cementerio de recuerdos (todos tan bellos, tan bastardos, tan dolorosos como felices) a fin de cuentas huesos para reconocerse en los espejos, un no-mundo que sé, existe. Hay momentos en la vida de exhumaciones y torturas que nuestro pensamiento pide, busca y encuentra en la insistente lejanía del limbo, entre lo que fue y lo es hoy la vida (los recuerdos, lugar donde volvemos con insistencia enfermiza).
Llegado el momento es mejor crecer y dejarse de pendejadas. No voltear porque nos convertiremos en piedra. Es cuestión de marcharse y aventurarse a nuevos mundos coleccionando lunas y nubes que esconden la sonrisa del viento. Seremos pues, esa sensación de brisa y libertad despeinando las montañas, levantado vestidos y sombreros, enterrando la memoria de días grises; preferir la lejanía de frente y avanzar persiguiendo la sombra ansiosa, olfateando que la vida allá será todo lo que pueda hacer y me proponga ser.