jueves, 1 de octubre de 2009

EN EL DÍA DEL NIÑO

Tengo un cuadro en forma de payaso que aparentemente con sus manos sostiene mi fotografía, una imagen congelada, una inocencia lejana, un recuerdo tierno. A veces quisiera ser niño otra vez y no preocuparme de muchas cosas, vivir plenamente hasta el último segundo del día y reír, reír siempre por cualquier tontería; dejar este semblante de hombre preocupado y asustado.

Mi niñez tubo un simpleza envidiable; una bolsa plástica negándose a volar inflada a puro pulmón lo resolvía todo, hojas en blanco y crayones, plasticina, una pelota plástica de rallas desinflada, recorrer caminos polvorientos y bajar por laderas en una bicicleta vieja sin frenos, el inicio de mi romance con la contemplación, cerrar los ojos y escuchar los pájaros del rio por las tardes, las campanas y el vuelo de palomas, la chicharra del panadero, los carruseles de las ferias, esperar a mama por las noches contemplando el firmamento y descubrir entonces que no estábamos solos.

Si tuviera algún poder mutante como el personaje de la burbuja, porque ese tipo verde es solo eso. Cambiaria algunas cosas, pero no todo. Cambiaria la niñez de otros niños menos afortunados: loncheras por cajas de lustrar zapatos, bañar mascotas en lugar de autos, hermosos cuentos en vez de la porno, el amor por el resentimiento, una cinta de karate por el mecapal, el abuso asqueroso por el calor de una familia, alimento diario por el hambre que corroe, la sonrisa por la tristeza, creo que no termino y me deprimo. Soy un pobre idealista, solo tengo muchos sueños y un par de palabras de articulación decadente.

Como Don Pedro Pan de los Viernes Verde, hay cosas que no me dio tiempo hacer.